sábado. 21.09.2024

El síndrome metabólico engloba la conjunción de varios factores de riesgo cardiovascular en un mismo paciente, que conlleva a un incremento adicional a la simple suma de dichos factores de la probabilidad de padecer una enfermedad cardiovascular. Se utiliza para su definición distintos criterios, dependiendo de la entidad sanitaria que defina, como puede ser la OMS o la American Heart Association. Entre los factores de riesgo está la hipertensión arterial, la intolerancia a la glucosa, la hiperinsulinemia, la resistencia a la insulina o diabetes, niveles elevados de triglicéricos y bajos de HDL y obesidad abdominal.

Para la Federación Internacional de Diabetes, la obesidad central es un elemento esencial en la definición, con diferentes umbrales de circunferencia de cintura establecidos para diferentes grupos raciales, porque la obesidad, en particular la obesidad abdominal, está asociada con la resistencia a la insulina, la hiperinsulinemia e hiperglucemia asociadas y las adipocinas pueden conducir a disfunción endotelial y al desarrollo de enfermedad cardiovascular aterosclerótica. La combinación de factores de riesgo metabólicos tanto para la diabetes tipo 2 como para la ECV (obesidad abdominal, hiperglucemia, dislipidemia e hipertensión) apoya la existencia del síndrome metabólico. Así, la predisposición genética, la falta de ejercicio y la distribución de la grasa corporal, afectan la probabilidad de que un determinado sujeto obeso se convierta en diabético o desarrolle ECV.

En este contexto hay que tener en cuenta que la esteatosis hepática supone un depósito excesivo de grasas en el hígado que empeora la resistencia a la insulina hepática. Si bien se desconoce la fisiopatología del hígado graso, podría considerarse como un signo más del mal control de los factores de riesgo que componen el síndrome metabólico, pues estaría en relación con el incremento de la concentración de insulina plasmática y de ácidos grasos libres, lo que conlleva a un incremento de la producción de triglicéridos, que el hígado no es capaz de incorporar a las VLDL, acumulándose entonces en este órgano.

Primeros pasos

Ante esta situación, las primeras medidas a adoptar y, las de mayor eficacia, son las higiénico-dietéticas. Es imprescindible educar al paciente en unos hábitos nutricionales sanos así como en la necesidad de realización de ejercicio físico diario y periódico. Es ampliamente demostrado que ambas medidas son muy eficaces a la hora de mejorar el perfil lipídico. Por otro lado, estas medidas dan lugar a una reducción del peso y consecuentemente de la obesidad central, que es el pilar etiopatogénico del síndrome.

Estas modificaciones no sólo corrigen los factores de riesgo cardiovascular sino que han demostrado prevenir el desarrollo de diabetes. Ningún fármaco puede reemplazar los beneficios a los que se accede con las modificaciones saludables en el estilo de vida.

Por eso, hay que incidir en que se debe iniciar ejercicio físico adaptado a su estado físico basal con aumento del esfuerzo de forma progresiva y con control de la tensión arterial y frecuencia cardiaca máxima. Es muy importante una dieta hipocalórica mediterránea, baja en grasas y en azúcares, basada en toma abundante de pescados y verduras, con restricción de la ingesta de carne, especialmente la más aterogénica que ayude a perder peso y, sobre todo, la grasa visceral responsable de la insulinorresistencia.

Ejercicio físico

Es muy importante concienciar al paciente de la necesidad de realizar ejercicio físico diario. Se recomienda caminar por terreno plano durante al menos 30 minutos entre 3 y 5 veces por semana e ir aumentando la duración e intensidad de estos paseos a medida que las condiciones físicas del paciente mejoren.

Cuando hay que optar por el tratamiento farmacológico, se puede recurrir a los fármacos antihipertensivos con mejor perfil metabólico, como son los bloqueantes del sistema renina angiotensina y los calcioantagonistas. Además, se deben administrar estatinas y fármacos antidiabéticos, siempre teniendo en cuenta el riesgo cardiovascular. Así, hay que tener en cuenta que se deben emplear fármacos con efecto neutro sobre el peso como IDPP4. Tras la aparición de dos nuevos grupos terapéuticos, agonistas receptor GLP-1 y los inhibidores de SGLT2, se ha visto que consiguen mejorar simultáneamente la HbA, el peso y otros FRCV sin producir hipoglucemias, representa un salto cualitativo en el manejo de los pacientes con diabetes-obesidad.

Papel del farmacéutico

En este contexto, el farmacéutico puede ayudar bastante en el abordaje de esta patología, recomendando al paciente la estrategia NAOS, Nutrición, Actividad física y prevención de la Obesidad, que tiene como meta fundamental fomentar una alimentación saludable y promover la actividad física para invertir la tendencia ascendente de la prevalencia de la obesidad y, con ello, reducir sustancialmente la morbimortalidad atribuible a enfermedades crónicas. Para eso, tiene que insistir en el control de peso, el perímetro abdominal y de la presión arterial, que son importantes a la hora de evaluar los progresos en el control del síndrome metabólico. Estas labores pueden ser dirigidas por el farmacéutico, el cual debe ayudar al paciente a llevar un control estricto y periódico de estos parámetros. A su vez es importante que el farmacéutico ayude al paciente a conocer el nombre de sus fármacos, para de este modo, asegurar una mayor adherencia al tratamiento prescrito.

Para la elaboración de este artículo se ha contado con la colaboración de los doctores especialistas en Medicina de Familia Miguel Ángel Cavada García y Alberto Serrano López de las Hazas y el cardiólogo José Carlos Porro Fernández, de Madrid; José Alberto de Agustín Loeches y Sem Briongos Figuero, cardiólogos, y Milko Torres de Castro, médico de familia del Hospital Infanta Leonor; Elena Bello Martínez y Ana Torres do Rego, especialistas en Hipertensión,  Alberto Chocano Higueras, cardiólogo, y Vicente Álvarez Chivas, nefrólogo; de Madrid, y Francisco Motilva, Isabel Hernández, María Jesús Muñoz y M. Ángel Muñoz.