sábado. 21.09.2024

Cada vez es más habitual detectar diabetes en pacientes más jóvenes. Es importante tener en cuenta que en muchos casos hay familiares con diabetes y con HTA. Pero los pacientes jóvenes no suelen presentar, en la mayoría de los casos, patologías asociadas. El porcentaje de pacientes menores de 50 años que debutan con diabetes tipo 2 puede estar alrededor de 10-15%. El problema es que los estudios indican que hay una gran proporción de personas que desconocen su enfermedad. Este retraso implica un diagnóstico tardío, lo que favorece la progresión de los daños en órganos diana, como son los ojos, riñones y corazón.

Por este motivo, es de suma importancia la detección de la enfermedad lo antes posible para retrasar los posibles efectos que tiene dicha enfermedad en el paciente. La diabetes asociada al embarazo oscila entre 5 y 7%. Con estos valores hay una preocupación por parte de la sociedad médica y enfermería para tomar medidas para evitar/retrasar la progresión de la diabetes tipo 2. Estas medidas van dirigidas a mejor/modificar el estilo de vida sedentario y recuperar los buenos hábitos alimentarios que gozábamos hace unos años.

Detección precoz

Una detección precoz, cuando el paciente aún se encuentra en una fase de prediabetes, es clave para que el paciente implemente cambios en la dieta y ejercicio para reducir el riesgo. Otro pilar importante es la educación que reciben los niños y jóvenes. En estas edades, es donde se empieza a gestionar estos malos hábitos dietético-sanitarios y, por lo tanto, también es un grupo población muy importante para educar y transmitir la importancia de seguir y aplicar hábitos saludables.

Los síntomas más comunes para sospechar de diabetes son los de la tríada clásica: polidipsia, poliuria y pérdida de peso. La valoración inicial del paciente con diabetes trata de establecer con seguridad el diagnóstico y el tipo de diabetes del paciente, así como las posibles complicaciones. Por eso, también hay que valorar los problemas neuropáticos, como calambres, parestesias, alteración ritmo intestinal e impotencia, y cardiovasculares, como dolor torácico de esfuerzo o en reposo, claudicación intermitente, y conocer hábitos tóxicos como el consumo alcohol y tabaco. Hay realizar una buena exploración física, una analítica de sangre extensa (HbA1c, creatinina, micro albuminuria, filtrado glomerular), un ECG y un fondo de ojo.

La diabetes tipo 2 se diagnostica mediante la prueba de hemoglobina glicosilada, una prueba que indica el nivel de azúcar en la sangre promedio de los últimos dos o tres meses. Un porcentaje de 6,5% o superior en dos análisis separados plantea la existencia de diabetes. También se suelen hacer otras pruebas, como el examen aleatorio de azúcar en la sangre, análisis de azúcar en la sangre en ayunas y/o la prueba de tolerancia a la glucosa oral.

La Sociedad Americana de Diabetes recomienda realizar análisis de rutina para la detección de dicha enfermedad a partir de los 45 años, sobretodo, en personas con sobrepeso u obesidad.

Primeros pasos

Cuando se diagnostica la diabetes en un paciente joven, al principio está un poco asustado y no es consciente de la enfermedad. Se suele resistir a cambios en el estilo de vida. Primero se trata de explicar muy bien en que consiste la enfermedad y la cronicidad que tiene.  El hecho de que sea una enfermedad para toda la vida lo viven como un auténtico drama. Aunque la principal preocupación es cómo afectará a su rutina diaria y qué cambios supondrán en su estilo de vida, alimentación, ejercicio físico, esfera sexual... El tratamiento con insulina también es motivo de preocupación.

En el paciente joven, al haber un periodo largo de evolución de la enfermedad, el control deberá ser más estricto, tanto en el control de la HbA1c, los niveles superiores a 7 son inaceptables en un diabético joven para evitar las complicaciones microvasculares, retinopatía y nefropatía, como para el control de los factores de riesgo cardiovascular, HTA con cifras 130/80, evitar el tabaco, tratar la dislipemia, para reducir al máximo el riesgo de complicaciones macrovasculares, como son el AVC, la cardiopatía coronaria, disfunción eréctil.

Estilo de vida

Además de incidir en el cambio de sus hábitos de vida, abstinencia del tabaco, corrección de su dieta, reducción del sobrepeso, práctica de ejercicio físico, y en el tratamiento farmacológico. En todo caso, este último debe ser adaptado a cada persona, evaluando previamente la indicación de un fármaco y atendiendo a las características del paciente; existencia o no de sobrepeso, actividad laboral, horarios y calendario, nivel cultural y capacidad de aprendizaje, capacidad económica, soporte familiar y social, otras patologías concurrentes.

Se suelen inicia tratamiento con metformina y se observa la evolución. Si no se controla la glucemia, se le añade IDPP4 o agonistas GLP1. Si no se llega a objetivo en tres meses, se incorpora o cambia el tratamiento a insulina basal y si la evolución empeora se aplica la triple terapia. Todo este tratamiento farmacológico tiene la finalidad de aumentar la calidad de vida del paciente, prolongando la fisiología del páncreas.

Relación fluida

La comunicación en la relación médico-paciente es muy importante y sobretodo en esta enfermedad que tiene que estar controlado el paciente para evitar y minimizar los riesgos de esta enfermedad crónica. Los objetivos de control, el escalonamiento de los fármacos y el seguimiento lo tiene que llevar su médico con la colaboración del paciente.

En este contexto, el farmacéutico puede y debe colaborar en aportar conocimientos sobre indicaciones del fármaco, posología, posibles efectos adversos, interacciones y contraindicaciones. También es interesante que ejerza un control sobre la adherencia al tratamiento. Desafortunadamente, la comunicación del farmacéutico con el médico/enfermera de atención primaria es aún muy limitada, existiendo únicamente algún contacto telefónico esporádico. Desde la oficina de farmacia como desde la consulta del CAP debería existir un canal que permitiera una comunicación más dinámica y más directa que permitiera un mejor feedback entre estos dos ámbitos sanitarios, a fin de ofrecer una mejor asistencia al paciente en general.

Para la elaboración de este artículo se ha contado con la colaboración de los doctores especialistas en Medicina de Familia Loreley Vadillo Nadalutti y Juan Prat Grau, y el especialista en Medicina Interna Joan Ribot Perez, de Sant Feliu de Guixols; Carla Morer Liñan, Montserrat Llop Moreno, Esther Benaque Vidal y José Manuel Casermeiro Cortés, de Barcelona; los médicos de Familia Josep Mª Benet; Juan Carlos Fleta, Joan Llach Vidal y Josep Alins Presas, Vilafranca del Penedes, y Carmen Bernal Mill, Manuel Bravo Navarro, Francisco Blanco Domínguez,  Rosa Fernández Olmo y Javier Torres Llergo, de Jaén.