En los últimos años se está detectando un mayor incremento de pacientes jóvenes con riesgo cardiovascular en las consultas de atención primaria. El perfil de riesgo cardiovascular en esta población suele ser diferente al encontrado en el adulto. La mayoría de los factores de riesgo corresponden a factores modificables asociados con los estilos de vida. Se ve pacientes en los que el riesgo cardiovascular es propio de una dislipemia, el colesterol LDL elevado, la resistencia a la insulina y diabetes mellitus tipo 2, y obesidad y síndrome metabólico. Todo ello está influido por un estilo de vida más sedentario y la mala alimentación o trastornos de alimentación debido a los nuevos hábitos de vida y a los horarios de trabajo. Las dietas y las preferencias alimentarias de los jóvenes, menos consumo de fruta y verduras, y el incremento del consumo de alimentos altos en azúcares y grasas, así como las bebidas azucaradas han influido en el aumento del riesgo cardiovascular. Además hay que añadir otros dos factores, el estrés y otros factores psicosociales.
La mayoría de estos pacientes jóvenes con riesgo cardiovascular se detectan por que acuden a consulta por otras patologías y a la hora de poner en marcha determinados protocolos establecidos de historia clínica y analítica se llegan a detectar. Hay más prevalencia del riesgo cardiovascular que el realmente detectado. Lo que llega a la consulta viene unas veces por controles rutinarios de trabajo, en otras ocasiones por las revisiones para entrar en clubs deportivos o porque son derivados de las oficinas de farmacia. Esta es una vía importante y útil para el diagnóstico y seguimiento de estos pacientes con patologías cardiovasculares, en el sentido de controlar sus cifras de presión arterial y la adherencia al tratamiento instaurado por nosotros.
Tratamiento de inicio
En líneas generales, el tratamiento inicial consiste básicamente en cambiar su estilo de vida y marcar pautas higiénico-dietéticas, como dietas equilibradas el fomento de realizar un ejercicio físico regular un mínimo de tres veces a la semana y, por otro lado, el dejar hábitos de vida tóxicos como el tabaco, el alcohol y el sedentarismo. En cuanto a la dieta, se aconseja que la alimentación sea lo suficientemente nutritiva y sana para evitar o controlar la hipertensión. Debe estar integrada por lácteos descremados, carnes magras, huevo (prefiriendo la clara), y abundantes verduras y frutas. Disminuir el consumo de azúcar, grasas y, sobre todo, de sal. Para ello es conveniente evitar comidas como las conservas, los alimentos precocinados y los embutidos. También debe eliminarse el consumo de alcohol, tabaco y bebidas gaseosas. Un consumo adecuado de sal facilita una correcta digestión, mantiene el nivel de líquidos óptimo que el cuerpo necesita para funcionar correctamente y proporciona la cantidad necesaria de minerales al organismo. Sin embargo, cuando se exceden las cantidades recomendadas (no más de 5 gr. de sal por día), algo muy habitual ya que las cifras de consumo medio son de 12 a 14 gr., el riesgo de padecer hipertensión se eleva y se favorece la retención de líquidos.
Ejercicio físico
A todo esto hay que añadir la prescripción de un programa de ejercicio físico adaptado a las necesidades del paciente para que pueda incluirlo en su rutina de vida. Se recomienda un tipo de actividad en la que el paciente ejercite la mayor parte de sus músculos, de manera que alcance un gasto energético entre el 40-60% de su consumo máximo de oxígeno, por lo que el ejercicio físico más recomendado sería caminar a paso ligero o la carrera suave. Además, la actividad física muestra efectos beneficiosos en la prevención de otras enfermedades ligadas al riesgo cardiovascular como la obesidad, la hipercolesterolemia y la diabetes.
Con respecto al tratamiento farmacológico, es importante individualizarlo en función de la patología y su evolución. La primera acción es intentar que el paciente adopte unos hábitos de vida saludables, con medidas higiénico-dietéticas. En el caso que no sea suficiente con estas medidas y se tenga que recurrir al tratamiento farmacológico lo que más se emplea son los ARAII, por eficacia, seguridad, comodidad y buena tolerancia. En el caso de que no haya un buen control, se añadiría un diurético. Y si el paciente tuviese una patología cardiaca de base, un betabloqueante.
En el manejo de los pacientes jóvenes, hay que tener en cuenta que la mayoría no son conscientes de su patología e infravaloran el riesgo, al ser patologías silentes. Por eso, la adherencia al tratamiento es más compleja, debido a que no tienen sensación de enfermedad, lo que obliga a un seguimiento más cercano y concienciación de la enfermedad más que en las personas mayores.
Para la elaboración de este artículo se ha contado con la colaboración de los doctores especialistas en Atención Primaria Francisco Javier López Jiménez, Miguel Valdecantos Morán, Antonio García Fernández, Carlos Javier Berral de la Rosa, Amador Velarde Escoriza y el cardiólogo Jaime Fernández-Dueñas Fernández, de Córdoba; María del Carmen Mendoza Padrón, Miguel Sixto Alarcón, Pedro José Paz Gutiérrez, Miguel Ángel Hernández Hernández y Manuel Rodríguez González, de Santa Cruz de Tenerife; los médicos generales Marta Calzada Sanz, José Antonio Bartolomé Andrés y Benigno Caballero Ortega, de Burgos, y María del Carmen Suárez Cabello, Ricardo Moya Medina, Ernesto César Amalfi Aguilera, Juan Ramón Peraita Aguilar y Catalina Cárdenes Cárdenes, del Centro de Salud de Arguineguin.